18 de marzo de 2013

Mis bragas y tú

Con las bragas puestas es cuando más te recuerdo.
La simbiosis de los actos:
cuando las tengo quitadas siempre estás tú, 
y desapareces cuando vuelvo a ponerlas en su sitio, 
entre el sexo y el trasero.
La precisa coincidencia.

¡Ni te imaginas el sin fin de colores y texturas que tapan mi sexo!
Muchas veces (a ti no voy a engañarte),
cuando la comodidad me puede,
mis bragas se tercian aniñadas,
y dejan de insinuar,
y ni siquiera excitan.
Ni te imaginas, que ahora ese habitual recato
bajo la tela que eclipsa mi desnudo,
más que parecerme un disparate,
me causa una extraña sensación de tranquilidad y sosiego.

Es curioso que se haya rendido el cuerpo,
¡Y quién sabe con qué propósito lo haya hecho!
que me haya cansado de prolongaciones de otros sexos,
que me fatigue ya, acabar salpicada con tus “voluptuosidades incandescentes”
y tu silencio.

Pero, ¡perdóname el atrevimiento!
¿qué clase de mujer es esa que te hace poesía hablando de sus bragas?
Bajo mi punto de vista,
hubiese sido fácil consagrar el romanticismo en lo escrito,
escribirte, por ejemplo, acerca del ruido,
de ese delicado ruido de las costillas desgarradas
cuando tu cuerpo me exalta.
Pero amor (y a ti no voy a engañarte),
ni te imaginas la de cosas que soy cuando estoy vestida y las bragas,
entre el sexo y el trasero,
están en su sitio.


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