29 de abril de 2010

Hilos de conformismo social

Muñecos pintados de blanco se movían por todo el escenario. A penas podíamos ver los hilos que manejaban sus acciones. Eran muñecos, que se movían, que capturaban nuestra atención, y que intentaban representar cientos de sentimientos a través de sus bailes, vueltas, caídas, abrazos o peleas. Cada uno de esos muñecos poseía una expresión diferente al resto. Había sonrisas, seriedad, miedo, indiferencia, asombro, nostalgia, excitación…Y todo ello recaía bajo un mismo punto y lugar, un teatro, y para ser más exactos, un escenario. Escenario cuyas tres paredes vestían un luto penetrante, que hacía resaltar aún más a los muñecos pintados. El techo y el suelo los acompañaban en su armonía y la cuarta pared, exenta de material existente, pintaba a cada uno de sus espectadores. Todos, a la par de nuestras complejas mentes, habíamos caído en la visión prefabricada que iluminaban focos y resaltaban los muñecos blancos.

Solo bastaba con echar un vistazo a mi alrededor, para darme cuenta de lo sencillo que era describir a todos los que yacían embobados en sus butacas, de lo fácil que era por tanto describirme. Era esa clase de superviviente de un mundo moderno que limitaba tiempo y belleza por injustos lujos; conocía aquello que necesitaba para mi propio bienestar y no me hacia falta reparar en nada más; mi vida era, en definitiva, mi única preocupación, pues si yo no me preocupaba por ella, ¿quién lo haría?; desechaba todo lo que los estúpidos se atrevían a mandarme, porque odiaba con todas mis fuerzas las obligaciones que parecían peticiones; aunque claro está, el hecho de no escuchar a nadie no me impedía depender de todos; me reía en la cara de los débiles, y criticaba a todo el que hablaba en vano, mis prejuicios se adelantaban a mis actos; mi deleite eran las sobras en los rincones de dudosa reputación, la repugnancia de ver lo maravilloso de puertas hacia fuera…

Los cientos de sentimientos, que los muñecos blancos bajo el fondo negro nos mostraban, habían pasado a ser una conciencia sobre las modificadas y sencillas mentes. Yo era uno de aquellos ineptos que observaban hipnotizados las críticas sobre uno mismo, frente al escenario. Nuestros ojos hablaban por sí mismos. Ahora las llamativas personas con forma de títeres, comenzaban a caer sobre la superficie de un mundo triste, apagado y sin reservas. Uno a uno los muñecos iban cayendo sobre el suelo, inmóviles, sin ningún tipo de hilo que los mantuviera en pie, vivos. En ese momento me di cuenta de que mi cuerpo, allí mismo, en aquella butaca, también había muerto. Y sentí vergüenza y pena por la gente que la sentía de los demás, y lloré porque hacía mucho que no dejaba de reír. Me senté en la columna de mis pensamientos e intenté columpiarme en mis propios deseos, sin entender en qué momento los abandoné en cualquier parte de mi vida. Me había perdido, en la medida en la que la hipócrita sociedad y su absurdo escenario, me habían permitido.

Granada-Madrid.

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