6 de febrero de 2012

Extrañamente bien

Ese día no dejé de absorber con frustración el imposible hecho de que las cucharas pudiesen abrazarse. La idea me atormentaba, ¿por qué existía una disposición física que incapacitaba la acción? Cucharas que no podían abrazarse. Y tú acertando en aparecer esa tarde. Sí, lo volví a hacer, tuve que volverlo a hacer, nos dispuse entre ese pensamiento: nosotros y la idea de las cucharas, con nuestro espacio que era lógico, y nuestra palabra. ¿Qué nos estaba pasando? Eso también me atormentaba.

Él: - ¿La has visto?

Ella: - No.

Él: - Ven, quiero verte llorar.

Desde entonces adoré aquella escena, la suya y la nuestra que al mismo tiempo se recreaban en tus rincones. Ocupada habitación. Proyectada desde aquel pequeño mueble que hacía de escritorio, en su escena ellos jugaban por turnos a asfixiarse con un cojín, tumbados en la cama, fingiendo morir y disfrutando. Nuestra escena, la otra, estuvo cerca del suelo, sentados sobre la cama también, fingiendo que nos rozábamos sin querer, muriendo de ganas por mirar, y disfrutando de estar justo donde queríamos estar.

Ella: -¿Ya se conocían? ¿Volvieron a encontrarse? El coche está roto como en el principio.

Él. –No te diré nada, sigue mirando.

De fondo, nuestra música. Y nuestros cuerpos soportando, frágiles, el peso de las conversaciones que tuvimos aquella noche. En ningún momento nos obligamos a entender lo que el otro pronunciaba, pero nos escuchamos deseando dejar de hacerlo. Luego, con el tiempo, quise simplificar aquel instante, no podía desaparecer, adoré aquella escena tanto que hoy está como entonces. Las esperas se sometieron a demasiada dulzura. Quizás, no hubo ningún problema y sólo falto entretener las sospechas en el silencio. Y la piel.

Ella: -Me estoy esforzando por recordar todos y cada uno de sus detalles, pero la distancia me pesa. Es imposible mantener con vida lo que ya ni existe.

Él: -¿Y yo? ¿Te has parado un momento a pensar lo que pasa por mi cabeza?

Sí, demasiadas veces me paré a pensar, pero eso nunca te lo dije. Pensar en las insistentes ganas de tocarte con tus surcos y tus lunares, de comerte sin manías. Y así, la proposición de un martes por la tarde, nos despertó un miércoles mirando tejados. Me había pasado horas despierta con tu expresión de párpados cerrados, y me consumía, estar allí me hacía distinta. Y esa mañana, delineando tus manos y tu espalda, empecé a imaginarte en mis instantes, sin sospechas, sin dolor, juntos.

Él: - ¿Qué tal tu nacimiento de hoy?

Ella: -Bien, muy bien.

Y a partir de ese momento sólo te pedí que esperaras, ¿para qué? no lo sabía, solo tenías que esperar, un poco, sólo un poco más.



Ella: -Quédate, dejemos de desaparecer por favor, es insoportable, no me borres, no sólo los miércoles, no sólo diciembre. –esto tampoco llegué a pedírtelo nunca, y tus sospechas tuvieron razón-

Carolina Plata

No hay comentarios:

Publicar un comentario